Cuentan que esa noche, la puerta que separaba el mundo de los vivos del de los muertos se abría y los espíritus de los difuntos hacían una procesión en los pueblos en los que vivían y
visitaban las casas de sus familiares, y para que los espíritus no se enfadasen los aldeanos debían poner una vela en la ventana de la casa por cada difunto que hubiese en la familia y dejarles dulces y otras cosas de comer.
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