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8 de noviembre de 2010

Por Jorge Luis Borges 

Si los niños viven con reproches, aprenden a condenar. 
Si los niños viven con hostilidad, aprenden a ser agresivos. 
Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. 
Si los niños viven con lástima, aprenden a auto-compadecerse. 
Si los niños viven con ridículo, aprenden a ser tímidos. 
Si los niños viven con celos, aprenden a sentir envidia. 
Si los niños viven con vergüenza, aprenden a sentirse culpables.
Si los niños viven con ánimo, aprenden a confiar en sí mismos. 
Si los niños viven con tolerancia, aprenden a ser pacientes. 
Si los niños viven con elogios, aprenden a apreciar a los demás.
Si los niños viven con aceptación, aprenden a amar. 
Si los niños viven con aprobación, aprenden a valorarse. 
Si los niños viven con reconocimiento, aprenden que es bueno tener una meta. 
Si los niños viven con solidaridad, aprenden a ser generosos. 
Si los niños viven con honestidad, aprenden qué es la verdad. 
Si los niños viven con ecuanimidad, aprenden qué es la justicia.
Si los niños viven con amabilidad y consideración, aprenden a respetar a los demás. 
Si los niños viven con seguridad, aprenden a tener fe en sí mismos y en los demás. 
Si los niños viven con afecto, aprenden que el mundo es un maravilloso lugar donde vivir.

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