Érase una vez un hombre que vivía muy lejos del mar y soñaba con la inmensidad. Había días felices, con paseos por el jardín y muchas risas. Entonces los amigos de este hombre solían decir:
-Míralo cómo se ríe, míralo qué contento está, se está acordando del mar.
Y había días tristes, de melancolía, de pena:
Míralo qué triste está, mira cómo se pierde su mirada, se está acordando del mar -solían decir.
Cierto día llegó a palacio un duende porque este hombre era un rey y le dijo:
- Señor, si dejaras de soñar terminaría tu tristeza.
-Pero tengo miedo de que termine también mi alegría -repuso el rey.
-¿Por qué no emprendes un viaje, alteza, y ves el mar? -preguntó el duende.
El rey lo pensó dos veces, luego cepilló la crin de su caballo, ensilló, montó y se perdió detrás de los montes Urivales, que eran los montes de aquel reino.
Unas semanas después, cerca de la Pascua, el rey regresó a palacio.
Traía la mirada profunda y la sonrisa a flor de labios.
Encargó los asuntos del reino a un primo de nombre Archibaldo y declaró:
Debo volver cerca del mar.
Cepilló la crin de su caballo, ensilló, montó y se perdió detrás de los montes Urivales, que eran los montes de aquel reino.
El rey pasaba los días sentado a la orilla del mar, mojándose las manos y chapoteando con los pies descalzos. La corona le estorbaba, así que se la regaló a una anguila.
A la hora del crepúsculo el rey paseaba, recogía conchitas y disfrutaba el sonido espumoso que hacía la arena cada vez que una ola se retiraba.
Así pasaron muchos años.
Justo un día antes de que el rey empezara a ponerse viejo llegó un visitante de largas barbas. El visitante venía de las profundidades del mar, lo acompañaban sirenas y peces de todos tamaños.
-¿Qué te trae por aquí? preguntó -el rey.
-Soy Neptuno y vengo a ofrecerte que vivas con nosotros, dentro del mar -respondió el visitante.
-¡Acepto!- se apresuró a decir el rey.
Neptuno tronó los dedos y el rey se convirtió en delfín. Entró al agua, se dio varios chapuzones, aleteó alegremente. Los otros delfines miraban complacidos al rey que se había convertido en delfín.
El rey estaba tan contento de ser delfín que empezó a reírse.
-Oye, los habitantes del mar no acostumbramos reírnos, eso es cosa del hombre -dijo Neptuno.
Pero ya era demasiado tarde: todos los delfines imitaban al rey y reían en el momento de alzar su cuerpo sobre las olas.
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