14 de agosto de 2010
Cuento: "EL DUENDE OJITOS DEL CORAZÓN"
Ojitos de Corazón era un duendecito al que llamaban así, justamente porque sus ojitos tenían forma de corazón, pero como el nombre es un poco largo lo llamaremos simplemente Ojitos.
Nuestro duendecito tenía un hermano gemelo quien, para todos los duendes, era igualito a él. Ojitos sabía mucho acerca de igualdades y diferencias.
El sabía que por más que todo el mundo lo confundiera con su hermanito, él tenía la nariz un poquitín más respingada y el dedo gordo de su mano derecha era más gordo que el la manito de su hermano.
Estaba demostrado que no había dos personas iguales y dos duendes tampoco.
Sin embargo, Ojitos no se fijaba en las diferencias que había entre los duendes. No es que no se diera cuenta que todos somos diferentes en alguna forma, pero sus ojos veían a todos iguales.
Parece raro, pero no lo es. El veía más con el corazón que con la vista, y mirando así, es fácil darse cuenta que todos somos iguales en nuestro interior.
En la aldea de los duendes no todos tenían las mismas capacidades, algunos cantaban mal, otros no eran buenos deportistas, algunos no veían, otros no escuchaban o caminaban con dificultad, etc.
Ojitos pensaba que todos debían tener las mismas posibilidades de hacer cosas en la vida, pero en su aldea, como en tantas otras partes, no todos lo entendían así.
Había escuelas donde los duendecitos a los que les costaba más estudiar, no podían asistir, muchos duendes adultos no conseguían trabajo porque no podían escuchar o hablar y todas estas cosas apenaban el corazón de Ojitos.
Un día, una gran tormenta se desató en la aldea. Llovió como nunca antes, el viento arrasó con lo que tuvo a su alcance y el granizo completó el triste trabajo de destruir el pueblo casi por completo.
Una vez que la tormenta pasó, se reunieron todos los duendes para ver cómo comenzaban a reconstruir su pequeño mundo.
Alguien tenía que dirigir las obras de reconstrucción, pero nadie quería hacerse cargo de semejante tarea. Ni siquiera la autoridad máxima de la aldea, Gruñón, un duende que por todo se enojaba.
Ojitos se ofreció a hacerse cargo de las obras. Pensó que ésta sería una oportunidad de hacer algo mucho más grande que la reconstrucción de un pueblo.
– ¿Y Ud. jovencito cree que está capacitado para semejante tarea? Esto no es un juego de niños. Le dijo el Gruñón con tono muy serio.
– Jamás pensé que lo fuera. Contestó Ojitos un poquitín asustado. Se que no es fácil, pero si todos colaboramos, seguramente se podrá.
– Ud. sabe mejor que yo jovencito, que no todos en la aldea están capacitados para ayudar.
– Se equivoca señor. Todos podemos hacer algo y se lo voy a demostrar.
Ojitos tenía un plan. Comenzó por organizar distintos grupos, cada cual con su tarea bien definida.
A los duendes que les costaba escuchar o que no escuchaban nada, les encomendó el clavado de las maderas para construir las nuevas casas.
Quienes no podían hablar, se ocuparon del sembrado de todos los jardines.
Aquellos que no podían ver fueron los encargados de cantar hermosas canciones para que los duendecitos que estaban muy asustados en los refugios pudieran dormir tranquilitos.
A los que siempre estaban sentaditos en sillas de ruedas, les pidió que cocieran cortinas, sábanas, manteles y toda la ropa que se había volado con el viento.
Todos ayudaron, y cuando digo todos, es porque realmente eran todos.
Ojitos se había propuesto algo más importante aún que sacar a su aldea de las ruinas y era que los demás duendes se diesen cuenta que todos podían hacer algo.
Que todos pero todos tenían el mismo derecho, no sólo de estudiar o trabajar, sino de hacer algo por los demás, de sentirse como lo que eran: un duende más del pueblito. Y realmente lo logró.
En menos tiempo del que tenían pensado la aldea estuvo reconstruida.
Cuando el trabajo estuvo terminado, Grunón se acercó a Ojitos y le dijo:
– ¡Me ha sorprendido jovencito! Jamás pensé que lo lograra y menos habiendo pedido ayuda a duendes que no pueden hacer algunas cosas.
– Todos podemos hacer algunas cosas y otra no. Lo importante es pensar en lo que sí se puede y no en aquello que no nos es posible ¿no le parece? Yo puedo morderme mi codito si quiero ¿y Ud.?
Gruñón empezó a enojarse. Al principio no entendió mucho que tenía que ver el codo con todo esto. Demás está decir que no se lo podía morder, pero eso es otra historia.
Luego entendió lo que ojitos había querido decir.
La aldea nunca volvió a ser la misma. No se veía igual, se veía mejor. Había algo muy diferente en ella.
Seguramente no era el color de la pintura, las maderas recién lustradas o las nuevas floren que sembraron, sin duda era que en el corazón de todos los que la formaban algo había cambiado para siempre.
Sus habitantes habían entendido que todos podemos hacer cosas y que nadie puede negarnos el derecho de hacerlo.
Empezó a haber escuelas para todos, maestros que se dedican más a los duendecitos que tardaban más en aprender y todos sin excepción tenían trabajo y posibilidades de crecer.
Todos habían aprendido a ver el interior de cada persona, a fijarse no en las diferencias, sino en las igualdades.
A partir de ese entonces, cada vez eran más los duendes cuyos ojitos tenían forma de corazón. Esos ojitos que tenían la misma forma con la que ellos miraban a los demás.
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